La tarde avisa que se va, las campanas de la iglesia anuncian el ángelus, los últimos sonidos del metal golpeado se quedan suspendidos en el alma y unos minutos después en un silencio casi perfecto, la noche empieza a aparecer y de manera mágica, unas estrellas tímidas rodean el astro esplendoroso, presagiando el momento en que aquel hombre, poseído por una inmensa sensibilidad, mirando su consentida luna, escribe la canción más hermosa que estas tierras hayan creado. Es el compositor más universal que hayamos tenido, se trata de José Alejandro Morales López.
“Pueblito viejo” es una canción universal, su melodía, su letra, nos habla del origen, del paso del tiempo y de la aceptación de lo inevitable, es un regocijo de nuestros primeros pasos por cualquier calle. No existe colombiano que al escucharla, no sienta en el alma el trepidar del tiempo que se fue y el amor latente por su tierra.
Para saber algo de la vida de este ilustre compositor socorrano, el destacado comunicador social Puno Ardila Amaya nos permitió publicar un hermoso fragmento de su libro sobre la vida y obra de José Alejandro Morales López.
Expresamos nuestros agradecimientos a Puno Ardila Amaya por la autorización para publicar este valioso texto.
Por: Puno Ardila Amaya.
José Alejandro Morales López nació en la Ciudad del Socorro, en el departamento de Santander, el 19 de marzo de 1913, en una finca cercana al casco urbano, de propiedad de su padre, el penalista Espíritu Santo Morales, y hoy de propiedad de la familia Silva Gómez. “Don Espíritu Santo”, como era conocido en la región, había empleado a la madre de José, Dolores López, para los oficios propios de una casa de familia, pero el nacimiento del niño, como es lógico deducir, generó una situación incómoda, puesto que don Espíritu era un hombre casado, de modo que no solo debieron enfrentar la negativa de la curia frente a la solicitud de bautismo del niño, sino que Morales debió adquirir una casa, en la calle novena con carrera trece, en el casco urbano del Socorro, para ubicar allí a Dolores y a su hijo recién nacido.
Allí se instalaron madre e hijo, donde Dolores ofrecía sus servicios en el cuidado de ropas, y donde desde muy temprana edad José se vio obligado a ocuparse, muy cerca de allí, a algunas casas de distancia, en una fábrica de cotizas, de donde fue despedido porque a su propietario le incomodaba que el chico prestara más atención al tiple y al canto, dos pasatiempos que estaba aprendiendo del “Negro‟ Barragán, un músico viajero que había llegado por esos días a la región, y que vio en el infante la posibilidad de enriquecer su propuesta en las ferias de los pueblos.
Con el socorrano Manuel Durán como primera voz y con el pequeño José como acompañante en el tiple, y eventualmente como primera voz en algunas canciones, el “Negro‟ Barragán, en la segunda voz y la guitarra, el grupo emprendió una gira regional con destino final Bucaramanga, pero el recorrido terminó cuando Barragán fue apuñalado en Barichara, al parecer como respuesta a un comentario imprudente suyo.
Con anterioridad, Barragán había dispuesto lo necesario para que Dolores se trasladara del Socorro hacia Bogotá en donde el cantante poseía un apartamento. Le dejó la llave del apartamento, la dirección y todo lo necesario para que viajara y se instalara en la capital.
Ella había emprendido la marcha hacia Bogotá, y solo pudieron encontrarse nuevamente, madre e hijo, muchos años después. Dolores se estableció en Fusagasugá, Cundinamarca, donde permaneció hasta su muerte, ocurrida en 1954.
De esta manera, cuando Manuel y José regresaron, la situación para este último, todavía un niño, se tornó muy difícil, por lo que decidió que su destino estaba en el encordado, y optó por buscar la tutoría musical de Francisco Benavides Caro, de quien fue acompañante en presentaciones, giras y conciertos. [1]
A su regreso al Socorro, recibió el respaldo de Ladislao Rangel para su aprendizaje en el oficio de la sastrería, la complicidad de los músicos de la región para su simiente como compositor, y la calidez de la sociedad socorrana para su formación como el hombre recto e intachable que siempre fue.
Desde muy temprana edad, José participó en la conformación de grupos musicales; uno de ellos, muy importante para él, fue Los Toretes, conformado hacia 1927 en el Socorro con Tomás Enrique Lerzundy Gómez, Julio Enrique Azuero López, Alcides Lerzundy Gómez,
Pedro Agustín Aulí y Próspero Aulí. José, el niño cantante, a la vez que iniciaba como intérprete vocal, se mostraba como ejecutante del tiple, se acompañaba sus canciones e integraba conjuntos musicales de la región. La más conocida de todas fue la Lira Calvo, que gran renombre cosechó en la provincia.
Con sus colegas, músicos y sastres, aprendió al mismo tiempo a cortar un género de tela y a mantener sus prendas inmaculadas, por lo que se ganó la imagen de hombre intachable, no solo en su modo de vestir, sino en sus maneras y en su trato con los demás: condiciones que lo convirtieron en el empleado ideal para la organización Ardila Lülle, en Sonolux, donde fue jefe de relaciones públicas hasta el día de su muerte, después de haber sido sastre, telegrafista, encargado de la maestranza del Ejército y periodista, y criticado por esto último, porque para muchos era inconcebible que un analfabeto –que jamás pisó las puertas de una escuela, ni siquiera para componer ese Camino viejo que habla de doña Inés y de su escuelita, que sería más por la añoranza de una educación formal que por la nostalgia de un ambiente educativo– pudiera haber sido funcionario del telégrafo, y mucho menos periodista. Y era inconcebible también que sin nivel alguno de escolaridad pudiera tener el dominio exquisito de la palabra, al hablar y al escribir, y una letra tan bella, y unas letras tan bellas.
El sábado 7 de septiembre de 1935, a los 22 años, José Morales dejó su Socorro, su tierra amada y sus entrañables amigos. El motivo exacto de su viaje no se pudo precisar. Hay quienes dicen que fue el nacimiento por esos días de su hija Josefina, otros repiten que fueron sus deseos de alcanzar nuevos horizontes, y otros, que fue por su intención de dar a conocer su obra, que tenía ya muy adelantada, pero la verdad es que en ese momento había avanzado poco en ella, y su inspiración llegó en firme cuando estaba en Bogotá, por dos factores trascendentales: el amor, fallido muchas veces, y su nostalgia por El Socorro.
La música le dio a José Morales la oportunidad de contar con un selecto grupo de amigos, entre los que se cuentan también quienes fungieron de maestros suyos, como Pacho Benavides y Julio Enrique Azuero, y de transcriptores, como Miguelito Durán López, y su más entrañable amigo y compañero, Jaime Llano González, a quien conoció por cuenta de su primera composición instrumental, Invasión de amor, que envió al programa que Jaime Llano tenía en la emisora Nueva Granada para que él la interpretara, y a quien inmortalizó con sus obras Jaime Llano y Titiribí, que compuso para su condecoración en Antioquia; Magdalena, por su mamá, y Marielena, como regalo por el nacimiento de su hija. Y tuvo muchos amigos más, algunos de ellos también inmortalizados en sus obras, como don Berna, que los convocaba en la sabana de Bogotá para las celebraciones de sus cumpleaños; el Chato Quintero, de la “Ciudad del Clima de Seda” [2]; Campo Aníbal Toledo –Campitos–, que canjeó con Miguelito Durán López apoyo en el estudio del derecho por tutoría para el aprendizaje del violín; Carlosé –Carlos Eduardo Vargas Rubiano–, su homólogo en la Flota Mercante Grancolombiana, y Luz Alba Porras de Gómez, una mujer que, con su esposo, Pedro, y su familia, lo acogió siempre en su hogar con todo el cariño, y para ella fueron Ojitos color de almendra, Así eres tú y Luz Alba, una danza que ha sido considerada por muchos una de sus mejores creaciones.
La música le dio a José Morales la oportunidad de cantarle al mundo campesino que deseó y al entorno socorrano que añoró, como “Ayer me echaron del pueblo‟, “Acuarela campesina‟, “Pañuelito blanco‟ “Chinita del campo‟ y “Camino de Pozo Azul‟, compuesto sobre el tiple en la parte trasera de una camioneta en uno de esos paseos que los socorranos siempre hemos emprendido a San Gil. Y no solo le compuso al Socorro “Pueblito viejo‟, popularizada con un lamentable error de texto en la interpretación de Garzón y Collazos, que, como muchos han dicho, con ese tema hubiera tenido para inmortalizarse, sino que sobre la idea del Socorro escribió muchas canciones, como “Socorrito‟, que nombra a su pueblo, y que es conocida, pero también muchas otras que hoy todavía no se conocen, y que como “Socorrito‟ parecieran escritas para una mujer, como el pasillo-canción “Regreso‟, compuesto el 1º de octubre de 1962, o “Me duelen tus penas‟, una “canción” compuesta el 16 de agosto de 1973, “con motivo del incendio que destruyó el Club del Socorro, en la plaza principal.
Según su amigos cercanos, José Morales era el hombre de las novias, tal vez por esa impresionante capacidad de la palabra, con la que osaba lanzar piropos, tan elegantes, que hasta el marido de la piropeada terminaba dándole las gracias. Tuvo mucho que ver con el nombre “Martha‟, por distintos motivos. Le gustaron las Matildes: una, hermana de Tomás Vargas Osorio, otra, Matilde Gómez Higuera, de quien estuvo muy enamorado, hasta que ella se casó en Bogotá. Tal vez para no complicarse con ellas, compuso de una sola vez un pasillo para las tres, “Matuchas‟, en plural. Y le cantó al amor, y más al desamor, o más bien a su mala suerte con el amor, pero no por falta de interesadas, sino por falta de decisión suya, que propuestas recibió constantemente, pero le gustaba mantenerse al margen de algunas situaciones, y seguramente un matrimonio hubiera cambiado radicalmente el sentido y el contenido de la mayor parte de sus obras. Canciones como “Así tenía que ser‟, que preguntó en serenata “¿Qué fue de aquel amor, que dizque me tenías; de ese amor del que tanto hacías alarde”, no serían el mensaje propicio más que para ahuyentar, cuando la intención sin duda era otra; o decirle a una mujer “¿Te fijas, qué fácil fue olvidarte?”, una canción en la que evidentemente se puso todo el corazón, pero que hacía evidente exactamente lo contrario.
Muchas canciones hay, de José Morales, que retratan, casi todas, en ocho versos su desamor y su sino en el amor, pero también prueban su enorme capacidad para decir en tan poco espacio todo lo necesario. Su universalidad se dibuja en la variedad de los ritmos de sus 213 obras, patente en su primera canción, Marta, tango-canción, y en la última, “En una noche de abril‟, bolero-balada. A él le gustaba plantear el ritmo de sus canciones con dos alternativas, una de ellas imprecisa (canción), como para darse la oportunidad cuando la interpretaba en las reuniones, cuando muchas veces las letras variaban su texto original.
José Morales era un caballero a carta cabal, como un príncipe, era esa su manera de ser.
Decente y culto en forma extraordinaria, dejó una imagen que hoy sigue siendo querida entre quienes lo conocieron y aun entre quienes solo tienen referencias suyas. Jamás se le notaba una pretensión. Gentil y grato, compartía en distintos grupos sociales su simpatía y sus composiciones. Allí demostraba la habilidad y la inteligencia con que componía sus canciones y a diario expresaba la importancia tan grande que daba a la amistad, que era el eje de su mundo. José irradiaba amistad hacia todos. En la calle, en Bogotá, demostraba cuán importante era. En cualquiera de sus salidas a pie la gente lo reconocía y lo saludaba con evidente cariño. En Bogotá, José tuvo todo lo que sus capacidades humanas y artísticas le merecieron. Muy pronto estuvo en los más connotados círculos sociales, artísticos e intelectuales. Sus nobles sentimientos y el infinito amor por su tierra y sus gentes muy pronto lo hicieron el primero de la élite artística de la nación. Su ejemplar desprendimiento de las cosas terrenales, su fidelidad afectiva y su inmenso acervo musical lo llevaron a la fama, situación que manejó de manera sin par. Nunca ambicionó ni el dinero ni el poder. Su mayor riqueza fue la amistad y el amor a Colombia y a sus gentes. Esto hizo de José A. Morales el Inolvidable, el Grande, el Inmortal.
En 1978, viajó a México. Antes de ese viaje, el 26 de mayo a las seis de la tarde, recibió un homenaje en Bucaramanga, ofrecido por la Gobernación de Santander. Después, recibió un homenaje en el Socorro, y el remate fue con sus amigos, cantando, como siempre. Cuando regresó a Bogotá, enfermó. Estuvo en su cuarto durante tres días, y luego salió para la clínica del Country, en donde fue atendido hasta su muerte, en la madrugada del 22 de septiembre de 1978, a los 65 años de edad. Cuando llegaba su final, pidió que Álvaro
Camacho, un hematólogo socorrano de hermosa voz, recientemente fallecido, le cantara el bambuco Dos corazones, de Virgilio Pineda, uno de sus temas preferidos.
Fue velado en la Funeraria La Candelaria y despedido por una multitud en la Iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, en un acontecimiento no antes visto en Colombia. Fue la primera vez que se transmitió un funeral por televisión.
Cumpliendo con su deseo, manifestado en muchas oportunidades (“No olviden que cuando muera me entierren en el Socorro”), fue trasladado a su Pueblito Viejo, en un par de avionetas contratadas por Carlos Ardila Lülle, que transportaron sus restos, a su hija y a algunos amigos, hasta San Gil. Sus despojos mortales fueron trasladados al Rinconcito Amable de su Pueblito viejo, en el más sentido, cálido y humano acto que la Ciudad del Socorro haya vivido. Hoy José A. Morales descansa en paz. Su mausoleo fue construido en el jardín interior de la Casa de la Cultura del Socorro Horacio Rodríguez Plata.
José A. Morales, al decir del maestro Llano González, había sido galardonado con casi todos los premios del país. Recordó la “Orden del Pacandé‟, la “Orden del arriero‟ (entregada al único artista no antioqueño), la distinción como “Hijo emérito de Santander‟, “Medalla de Ibagué‟, varios discos de oro, “Orden del tiple‟, “Medalla del Mérito‟, “Artista del Año‟, de El Tiempo y muchas más. Jaime Llano dijo: “Solo le faltó la “Cruz de Boyacá‟, pues era el compositor que más galardones había recibido en el país, bien merecidos por sus grandes aportes a nuestra música popular”.
1: Este dúo de tiples actuó frente a muchos públicos: por ejemplo, en el Ateneo de Valencia (Venezuela), el 24 de febrero de 1943, donde interpretó temas de Calvo, Morales Pino y Benavides, y en Bogotá, el 29 de septiembre de 1945, en los salones del Cabaret Metropolitan, donde compartió honores con Lucho Bermúdez y Francisco Cristancho en una cena bailable que buscaba seleccionar al grupo de artistas que representaría a Colombia en los escenarios del mundo. José Morales viajó por dicha selección hasta Venezuela. El costo de la entrada, incluida la cena, era de quince pesos. A Benavides y a Morales se les conoció como “los Magos del Tiple‟, nombre que fue individualizado después para el icónico “Pacho‟ Benavides.
2: El autor se refiere al municipio de Zapatoca (Santander).
Mausoleo construido en el jardín interior de la Casa de
la Cultura del Socorro Horacio Rodríguez Plata.
Diferentes interpretes cantando Pueblito viejo.
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