“El que pisa tierra santandereana, es santandereano”, esta frase forma parte del imaginario colectivo santandereano desde 1857 cuando se estaba creando el Estado Federal de Santander, por medio de una ley aprobada en el Congreso de la Nueva Granada.
Antes del asedio español a estas tierras, los grupos indígenas que habitaban lo que hoy conocemos como Santander eran los grupos indígenas Laches, Chitareros, Yariguies y los Guanes, como los de mayor desarrollo y quienes con su cultura e historia, hicieron un aporte significativo a la identidad santandereana.
Así que la Santandereanidad es una relación entre hechos históricos y un perfil de gentes amantes del trabajo, amables, de habla recia, conversadores, luchadores empedernidos, de buen corazón, aunque algunos afirman que envidiosos pero eso sí, de gran sentido del humor, rasgos que finalmente se traducen en conceptos como pujanza y coraje, del cual hace referencia el himno de Santander. “Somos nosotros los herederos / de las banderas que del honor, / ayer clavaron los comuneros / sobre esta tierra, bajo este sol / Hijos audaces de altiva breña / a la que amamos con frenesí / Somos la raza que lucha y sueña / en la conquista del porvenir / Por eso bravos santandereanos, / ¡siempre adelante, ni un paso atrás! / ¡Siempre arrogantes! / porque llevamos / en nuestra sangre la libertad!”.
Según explica el historiador y abogado Gerardo Martínez Martínez en un artículo de la Radio Nacional de Colombia escrito por Angélica Blanco “En Santander, se decretó por primera vez que todo esclavo sería libre al momento de pisar la región. Cuando corría el año de 1853 en la provincia de Vélez se aprobó el voto femenino (casi 100 años antes de que pasara esto a nivel nacional) y, después, vinieron luchas fuertes en las que siempre los santandereanos estuvieron presentes precisamente por su forma de ser”, explica Martínez Martínez.
Así que estableciendo una relación desde la ley del estado Soberano de Santander de 1857 y la forma de ser santandereana, se puede entender la frase “El que pisa tierra santandereana, es santandereano” que ha servido para contar con orgullo su historia, desde los pobladores Guanes, la Colonia, la gesta de la Independencia hasta nuestros días.
Monumento a la Santandereanidad.
Por esa razón, en pleno Cañón del Chicamocha, en el territorio de Aratoca se encuentra instalado un imponente monumento que cuenta la historia de La Rebelión de los Comuneros con José Antonio Galán en 1781.
Este monumento se encuentra en el parque Panachi, fue realizado por el escultor Luis Guillermo Vallejo.
Es un conjunto escultórico pleno de alegorías que expresa el sentimiento santandereano a partir de un hecho histórico que ha marcado generación tras generación a los habitantes de estas tierras.
Recorrer este monumento que pareciera estar flotando por encima del cañón del Chicamocha, permite percibir el sentimiento de lucha que viene del pasado, ya que algunos personajes con sus manos alzadas, con puño cerrado o indicando el horizonte y sus bocas abiertas, pareciera estar exhalando un grito eterno de rebeldía.
El conjunto es pletórico en detalles, desde los animales emblemáticos como caballos y cabras hasta productos agrícolas como el tabaco. El movimiento de los personajes en su perpetuo caminar pareciera insinuar que el santandereano nunca descansa cuando de sus sueños se trata.
El visitante mientras camina por entre la escultura simbólica percibe una voz proveniente de un equipo de sonido que en diferentes idiomas cuenta las hazañas de los comuneros y el sentido simbólico de cada personaje.
Para apreciar un poco más esta emblemática obra, es bueno saber algo de la Revolución de los Comuneros: Según el profesor del Departamento de Historia de la Pontificia Universidad Javeriana Rigoberto Rueda Santos, en la página de la Biblioteca Nacional de Colombia refiriéndose a la rebelión comunera escribe: “El 16 de marzo de 1781, la rebelión estalló en El Socorro cuando varios miles de personas irrumpieron en la población. La multitud protestaba contra el impuesto de la armada de Barlovento y se negó a pagar los nuevos impuestos, atacó las bodegas del gobierno y expulsó a las autoridades españolas, luego de lo cual procedieron a elegir sus propios dirigentes.
La dirección inicial del movimiento es predominantemente criolla pero gozó de respaldo popular. Los representantes del notablado local y algunos mestizos y blancos pobres sellan su alianza inicial el 18 de abril de 1781 con la promulgación de la “Cédula del Pueblo”. El documento, que expresaba los objetivos de la rebelión y estaba redactado en verso, fue al parecer escrito por un fraile dominico y el criollo Jorge Lozano de Peralta, y luego llevado a Simacota, donde fueron distribuidas varias copias y leídas en los tumultos.
En esa ocasión, en la plaza principal del Socorro se proclamaron como jefes del común a Juan Francisco Berbeo, designado comandante general, y como capitanes generales a Antonio Monsalve, Francisco Rosillo y José Antonio Estévez, a los que se agregan después Ramón Ramírez y Joaquín Fernández Álvarez. En su calidad de máximo organismo de la revuelta, este grupo de hombres recibió el calificativo de Supremo Consejo de Guerra”.
Más adelante después de las negociaciones de Zipaquirá que produjo grandes conflictos al interior de los comuneros el profesor Rigoberto Rueda escribe: “La inconformidad con los términos del acuerdo suscrito en Zipaquirá, sumado a que a finales de agosto y comienzos de septiembre de 1781 se supo que las capitulaciones habían sido anuladas, renovaron la agitación en la provincia del Socorro. Así pues, un motivo principal de la segunda oleada insurreccional será la traición de Berbeo. Entre el 20 de junio y el 11 de septiembre tuvieron lugar 18 tumultos en varias poblaciones de la provincia. De nuevo se presentaron ataques contra los símbolos y las rentas reales, se acusó de traición a los capitanes del común y circuló el rumor de que Berbeo había recibido dinero por traicionar el movimiento.
En estos tumultos se destaca el liderazgo de Isidro Molina y Juan Dionisio Plata. El11 de septiembre se reunieron en la plaza del Socorro bajo la idea de marchar nuevamente hacia Santafé, la movilización alcanzó los 2.000 comuneros. La situación provocó la huida de las élites socorranas, así como algunos comerciantes, pero el arzobispo disuadió la iniciativa pidiendo un mes de plazo con el fin de interceder para lograr que se cumplieran las capitulaciones. En comunicación hecha a los capitanes del Socorro –nombrados luego del perdón decretado por el virrey y el indulto del rey–, las autoridades del virreinato piden a los capitanes, para prevenir nuevos levantamientos, que indiquen a las gentes qué pueden hacer sus representaciones por medio del cabildo o de sus capitanes; así mismo, los hace responsables de los daños que se llegasen a ocasionar”.
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