viernes, 21 de julio de 2023

EL COLEGIO SAN JOSÉ DE GUANENTÁ. 199 AÑOS


 

El colegio San José de Guanentá es otro de los símbolos valiosos en la historia y vida de San Gil. Su fundación se hunde en la memoria del país ya que corresponde a los que algunos historiadores han denominado los colegios santanderinos, llamados así porque fueron fundados por Francisco de Paula Santander. En las estampas santandereanas Juan de Dios Arias trae el Decreto del 22 de mayo de 1824 que en su artículo 1°  dice así: “Usando de la facultad que concede al Gobierno el artículo 6 de la Ley de 28 de julio del año 11°, el Colegio de la Provincia del Socorro se establecerá en la Villa de San Gil y se denominará Colegio de San José de Guanentá, con cuyo nombre era conocido el territorio que hoy comprende dicha Provincia, cuando la conquista de los españoles”.  

En esta oportunidad Traemos para conocimiento de nuestros lectores la crónica escrita por el doctor Raúl Gómez Quintero sobre este importante patrimonio cultural y educativo de San Gil.

LA EDUCACIÓN PATRIARCAL

EL COLEGIO SAN JOSÉ DE GUANENTÁ (1)

Por: Raúl Gómez Quintero.

Crónicas de su libro SAN GIL ¡GRANDEZA Y DECADENCIA DE UN PUEBLO! Publicamos dos de las 5 crónicas que el autor dedica a la importancia de este insigne colegio.

A partir de esta crónica, abordaré el tema de la EDUCACION formal en nuestra Villa, desde la época pre republicana y hasta la década del 60 del siglo pasado (siglo XX), lapso en el cual se destacan cuatro centros educativos, que no siendo los únicos, son los más representativos y vigentes; su referencia histórica contextualizada permitirá entender el papel jugado por la educación en nuestra cultura. Son ellos: el Colegio San José de Guanentá, el Colegio de la Presentación, la Normal de Señoritas y el Seminario Conciliar San Carlos. Sin lugar a dudas, el ícono de nuestros institutos educativos ha sido el COLEGIO SAN JOSÉ DE GUANENTÁ, al cual se refiere elogiosamente el historiador Juan de Dios Arias en su libro ‘Reseña Histórica del Colegio de San José de Guanentá’: “No existe, de seguro, en el Departamento de Santander, un Colegio o institución de cualquier otro género, que tenga una historia tan gloriosa e interesante como la del Colegio de San José de Guanentá”. Y en verdad, al rememorar su historia, ello se comprueba fácilmente.

Por el año 1784, un Corregidor de Tunja que visitó la Villa de Santa Cruz y San Gil de la Nueva Baeza, recomendó al Cabildo municipal que estableciera una Cátedra pública de Gramática; la sugerencia fue acogida el 1 de abril del año siguiente (1785); sin embargo, fue hasta el 23 de febrero de 1787 cuando el Cabildo convocó a los interesados en ocupar el cargo de Catedrático en Gramática, el que ganó el joven bachiller del Colegio Mayor del Rosario, de escasos 21 años, José Gabriel de Silva. El inicio académico fue el 4 de septiembre de 1787.

En 1810, cuando se estaba gestando a nivel nacional la liberación del dominio español, el cabildo sangileño convocó la apertura de la Cátedra de Filosofía, aspirando a contar con el apoyo de la ciudadanía. A la reunión ampliada del Cabildo se hizo conducir con lazarillo, el ciego don Diego Meléndez de Valdez, vecino de la Villa. En medio de la algarabía por conseguir los recursos, el invidente preguntó por el costo de la nueva Cátedra: “¿Cuánto es lo que se necesita para para fundar la Cátedra de Filosofía?” Seis mil pesos, le dijeron. Con voz atronadora y segura, don Diego sorprendió al auditorio: “Pues con mi hermano Manuel nos suscribimos en los $6000 pesos”.

La generosa oferta y correlativa donación se elevó a escritura pública el 15 de octubre de 1811, pagándose así: Con un globo de terreno de la hacienda El Hobito, de la jurisdicción de Pinchote, por valor de 4 mil pesos, de propiedad de don Diego; y con una parte de la finca El Carrizal, ubicada en ese mismo municipio por valor de dos mil pesos, a nombre de don Manuel.

Las condiciones establecidas fueron claras y precisas: una, que la Cátedra de Filosofía debía funcionar en la Villa; otra, que el nombramiento del catedrático lo harían los fundadores y desde luego, por méritos; una tercera relacionada con la jornada completa del catedrático; una cuarta, sobre la imposibilidad del cambio de destino de la donación; y finalmente, la designación de los santos patronos “los gloriosos san José y san Pedro de Alcántara, en cuyo día se cantará una Misa con la solemnidad posible y a beneficio de las almas del purgatorio, cuyo costo lo sufragarán el Catedrático y sus discípulos, debiendo éstos confesar y comulgar en el citado día, para que de este modo puedan impetrar su auxilio” (referenciado por el padre Isaías Ardila). La ansiada cátedra de Filosofía fue oficialmente reconocida por el General Antonio Nariño, entonces presidente del Estado, el 20 de febrero de 1812. De esta generosa donación de los hermanos Meléndez de Valdez, proviene el carácter de Fundación del establecimiento educativo más antiguo del Departamento.

Lo que sucede a continuación es digno de resaltar porque revela e implica la agudización de la rivalidad entre las ciudades de San Gil y Socorro; en esta ocasión, por un colegio oficial o santanderino. La ley del 28 de julio de 1821 ordenó la creación de Colegios en cada una de las nueve provincias con que contaba la Nueva Granada, incluida en ellas, la del Socorro. Era obvio que esta última, por ser la capital, contaba con mejor derecho que nuestra Villa para lograr el mentado colegio; sin embargo, el Cabildo de la nuestra Villa se la jugó con la diplomacia, la politiquería y/o el tráfico de influencias, al designar como apoderado de la Fundación al doctor Diego Fernando Gómez, quien había sido Gobernador de la Provincia hasta el año anterior y enseguida diputado en el Congreso Constituyente de 1821. Y lo que no debía tener discusión, la tuvo y pronunciada.

El comisionado del gobierno central informó el 17 de mayo de 1824, previa visita a la zona en conflicto, que “la Villa del Socorro tiene mal temperamento, muy propenso a los cotos y que el edificio del extinguido Convento de los Capuchinos, destinado por el Socorro para este Colegio, estaba muy deteriorado y que su refacción costaría de cuatro a siete mil pesos, que no hay de donde se saquen… Que la Villa de San Gil reúne mayores ventajas por su temperamento sano, por la abundancia de aguas y por las rentas de propios que se hallan en muy buen estado”.

Así las cosas, el General Santander, mediante Decreto del 13 de febrero de 1822, zanjó el asunto: “Artículo Primero: Mientras se resuelve definitivamente en qué lugar de la Provincia del Socorro se pone el Colegio o Casa de Educación, créase en la Villa de San Gil una escuela de primeras letras para niños y otra para niñas, una Cátedra de Gramática y otra de Filosofía”. Como era de esperarse, los socorranos reclamaron al Gobierno central por el tratamiento discriminatorio, el cual contestó con un Decreto del 28 de abril de 1823, que contemplaba la creación –también- de una cátedra de Filosofía en la Villa del Socorro. Sin embargo, ésta guerra académico-cultural, apenas comenzaba. 


 

LA EDUCACIÓN PATRIARCAL

EL COLEGIO SAN JOSÉ DE GUANENTÁ (2)

Por cuanto el Gobierno central no había tomado la decisión final sobre la sede del Colegio Provincial, el apoderado de nuestra Villa Dr. Diego Fernando Gómez urgió a los cabildos de San Gil y Barichara a que se manifestasen ante el Supremo Gobierno y a conseguir un inmueble mejor que el “ruinoso” del Convento de los Capuchinos ofrecido por el Socorro. Además, los estudiantes sangileños deslumbraron al nuevo visitador oficial con la presentación de actos literarios y culturales, al punto que lograron doblegar su voluntad y querer, a favor de nuestra Villa. Pero los socorranos no cejaron en su empeño: arreglaron el antiguo Convento, alegaron que habían aportado cuotas muy altas para que se lograra la libertad de la República, no sólo en sangre sino con fondos de su erario público; y aún más, ofrecieron ceder los bonos de deuda pública de guerra adeudados por el poder central, todo con el objeto de lograr la fundación del Colegio en su ciudad.

Por petición del apoderado Diego Fernando Gómez, los sangileños hicieron “un último esfuerzo” de carácter político administrativo, consistente en que los cabildos de Barichara, Charalá, Zapatoca, Pinchote, El Valle y Guane solicitaran la sede del Colegio para la Villa. Y fue así como el General Francisco de Paula Santander, en calidad de vicepresidente encargado del Poder Ejecutivo dictó un Decreto el 22 de mayo de 1824 mediante el cual, el Colegio de San José de Guanentá se establecería en la Villa de San Gil. Pero como los socorranos no se resignaron ante la derrota político-administrativo-cultural propinada por el poder central, éste debió proferir un Decreto el 15 de enero de 1826, mediante el cual se autorizaba la fundación de un Colegio Universitario en el Socorro, de igual categoría que el de San Gil.

Vale la pena anotar, como complemento histórico cultural, que el mismo General Santander, mediante un Decreto del 7 de julio de 1824 creó el Colegio de Vélez, con cátedras de gramática y filosofía. Queda como ejemplo y enseñanza de esta loable pugna cultural entre los dos pueblos hermanos, que el empeño, el tesón y la unión de la gente, puede doblegar la sagacidad y viveza del rival. Ambas Villas obtuvieron por vías diferentes, buenos resultados, pero la rivalidad y la desconfianza se acrecentaron entre ellas, sin rienda ni control. Como la vida no se queda con nada, muchos años después (en la década del 90), ante la ausencia de liderazgo político, la Villa de San Gil perdió la oportunidad de lograr una sede de la Universidad Industrial de Santander UIS, situación que fue aprovechada, -como verdadero desquite histórico-, por la ciudad del Socorro. Y como los males y desgracias no vienen solos, se escuchan rumores fundados en el sentido de que la sede de las Unidades Tecnológicas de Santander UTS, existentes en San Gil, podría ser trasladada a la Villa del Socorro, habida cuenta la incapacidad y desinterés de nuestra clase dirigente.

Una de las Rectorías del Colegio más controversiales en el siglo XIX fue la del presbítero Dr. José Pascual Afanador, de 1832 a 1837. A él nos referiremos en posteriores crónicas, dada su confrontación con la “nobleza” sangileña de su época. En lo tocante al manejo administrativo del Colegio es justo reconocerle el empuje intelectual y académico impreso al establecimiento: “Yo me propuse que se establecieran las enseñanzas que había en la Universidad, y en la mayor casa de educación de Bogotá: Literatura, Idiomas, Filosofía, Jurisprudencia civil, Derecho Canónico, Teología, Medicina, Dibujo y Música”. Y sin duda alguna, el interés puesto en la construcción del edificio, que llamamos ‘la Casona’. Al respecto, con su acostumbrada ironía, el clérigo expresa que en esta tarea, las donaciones y aportes de los “nobles” no pasaron de mil pesos y de algunos materiales, y que “todo lo demás se sacó de la masa del bajo pueblo”; fue el Cura el que organizó y logró ‘convites’ de 200 y más artesanos y labriegos, en los que se transportaban la piedra y los zurrones llenos de tierra, que bajaban desde la ‘colina del Ensayadero’ (la loma del actual Hospital).

Un hecho que golpeó posterior y fuertemente el funcionamiento del Colegio provino de la Cámara Provincial del Socorro, la cual por medio de la Ordenanza 10 del 30 de septiembre de 1852, suprimió el carácter Provincial del mismo y lo redujo a un simple colegio parroquial o municipal. Las consecuencias fueron tan graves que, aunado este hecho a las luchas políticas intestinas del país, de 1858 a 1862, el Colegio de San José de Guanentá permaneció cerrado.

A finales de este año, el Cabildo municipal decidió convocar nuevamente a la Rectoría al Presbítero Dr. José Pascual Afanador, quien como gran escritor y eximio literato que era, respondió: “…sólo una cosa exijo como condición indispensable para que mi trabajo no sea ineficaz y estéril: la unión de todos los sangileños… En el caso contrario, nada podría hacer yo en un pueblo en el que los hombres y familias de uno y otro bando se hostilicen recíprocamente.

Si la unión ilustrada y patriótica de los sangileños requiere para cimentarse, el sacrificio de mi reposo, yo lo ofreceré gustosamente en aras de la concordia pública” (citado por el padre Isaías Ardila, página 271). “Siquiera se murieron” los Patriarcas sangileños sin ver el eclipse de sus esfuerzos y sin tener que condolerse de la incapacidad de sus descendientes.

 

 

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