jueves, 20 de julio de 2023

El famoso Conde de Cuchicute y Guanentá.


 

Este popular personaje de las postrimerías del siglo XIX nació en San Gil el 28 de abril de 1871. Conocer algunos aspectos de su vida nos permite entender aspectos de la idiosincrasia del sangileño o del santandereano.   

Este personaje es tan interesante que ha inspirado libros sobre su vida y en los últimos tiempos una serie de televisión “El Juicio del Conde” realizada por el canal TRO. La serie fue rodada entre Santander y Cundinamarca bajo la dirección de Mario Mantilla. Los protagonistas fueron los actores Hernán Méndez, Toto Vega, Nórida Rodríguez, Juliana Posso, Diego Mendieta, Germán Castro, Juan Sebastián Franco, Jairo Rizo y Herman Sánchez. En la producción participaron cerca de 300 personas entre actores, extras y equipo técnico.

El doctor Raúl Gómez Quintero en su libro SAN GIL ¡GRANDEZA Y DECADENCIA DE UN PUEBLO! Dedica 8 crónicas históricas a este singular personaje del cual publicaremos aquí, solo dos, para invitar al amable lector a leer este valioso libro y sus crónicas sobre la historia de San Gil.

LOS PERFILES DE LA IDIOSINCRASIA DEL SANGILEÑO (XII). EL CONDE DE CUCHICUTE (1).

Por: Raúl Gómez Quintero.

Creo necesario hacer una breve parada en el recorrido histórico de la búsqueda del ‘linaje o nobleza’ del sangileño luego de la cuestionadora o injuriosa (cada sector esbozará sus razones), paliza o diatriba que propinara el cura JOSÉ PASCUAL AFANADOR a la ‘Nobleza’ en su polémica obra LA DEMOCRACIA EN SAN JIL. Es claro que a estas alturas del atrevido estudio sociológico propuesto (averiguar sobre la idiosincrasia del sangileño actual), el propósito está lejos de ser cumplido, por cuanto falta referir gran parte de la historia vivida. Si bien he sido claro en el hecho de la fundación misma del pueblo, los actores activos y pasivos, los intereses y propósitos, la vida económica, social y política con sus logros, penalidades y desgracias, hasta ahora ha pasado la mitad de ese cauce histórico, y la identidad del sangileño no se ha definido.

Precisamente, en las postrimerías del siglo XIX aparece un personaje tan interesante como controvertido, que conjuga vicios y virtudes, desgracias y reconocimientos personales y sociales, odios y amores, risas y llantos, pasiones y conflictos, y hasta penas y vergüenzas. Se trata del famoso CONDE DE CUCHICUTE Y GUANENTÁ. A él nos referiremos en lo que sigue y en varias entregas, para hacer justicia histórica y sociológica a su nombre.

Nació nuestro personaje en San Gil, el 28 de abril de 1871 en una simbólica cuna de oro social, y de lo cual se enorgulleció siempre: “Y vine de una familia distinguidísima, cuyo empingorotado abolengo piérdese en las raíces de cuyas savias surgieron las ramas de una nobleza cada día más acendrada, más limpia, más ilustre y más pulcra… Mi familia tenía una rancia tradición de nobleza y señorío... Basta con a vos deciros que, de la sangre mía, la sangre impetuosa y purísima que por mis venas discurre, me enorgullezco, que ella por sus reductos azules galopa, más que enjaezada, cubierta de las espumas, que brillo y alteza dieran a los hijodalgos e infanzones que en línea recta suben hasta mis muy nobles tatarabuelos… Homínculo de aquella empinada estirpe soy yo”. (Citado por Juan Camilo Rodríguez Gómez en el libro ‘El Conde de Cuchicute: Un Solitario Anacrónico’). 


 Cédula de ciudadanía del Conde de Cuchicute. Fecha de expedición: Octubre 7 de 1940.

Su nombre siempre fue el de JOSÉ MARÍA RUEDA y GÓMEZ, ya que era hijo de Timoleón Rueda Martínez y Cimodocea Rueda de Gómez. Su abuelo paterno José María Rueda Acevedo había sido un hombre muy rico, como que había logrado amasar grandes fortunas en sus numerosas haciendas cultivadas de tabaco, café y caña de azúcar, -con la cual producía la panela y el azúcar-; con envidiables pastadas para el ganado de cría, leche y levante; y como si fuere poco, usufructuaba del remate monopólico de las rentas del aguardiente, que le permitían un cierre de productividad y comercialización con la panela y el azúcar de sus haciendas. Por cuanto disponía de suficiente circulante, recibía ingentes sumas de los préstamos hipotecarios, sin menoscabo de los arrendamientos de las tierras a los campesinos y aparceros.

La madre de José María, Cimodocea y su familia, no se quedaban atrás en la fortuna; a manera de ejemplo, en 1904 recibió una herencia que se estimó en la exorbitante suma de tres millones de pesos oro. De tal forma que las presuntuosas afirmaciones hechas por nuestro personaje sobre su ‘nobleza’, ‘señorío’ y ‘linaje’ se sustentaban realmente, en la inmensa riqueza material que la familia ostentaba.

A los once años ingresó al colegio San José de Guanentá en donde estudió desde 1882 a 1884, porque en 1885 pasó a Zapatoca al colegio Pedro Alcántara Gómez. Fue en la Ciudad Levítica, en donde empezó a mostrar sus desafueros personales: entabló una inconcebible amistad con el reconocido delincuente de la región José del Carmen Tejeiro, con quien muy seguramente adelantó el asalto de camino a su propio padre que iba a visitarlo; con el mencionado salteador fue encarcelado, aunque corrió con la suerte de los poderosos en materia criminal, porque toda la culpa la tuvo el ladrón del pueblo, según las influencias, el dinero y la benevolencia del juez. En esa misma época hirió a navajazos a un compañero de banco escolar por alguna discusión baladí, y hasta se enroló fugazmente con las fuerzas liberales del general Daniel Hernández, en una de las tantas guerras civiles partidistas que padecieron la patria y la región.

Como no existía en la provincia un colegio suficiente para el joven díscolo pero privilegiado, en 1886 fue llevado a Santafé; pero antes de finalizar el año fue expulsado del Colegio del Rosario por insultar en forma altanera y procaz al profesor de Historia Sagrada: “No hubo diluvio universal y es una patraña imbécil lo de la Torre de Babel, maestro”. (Op. Cit.).

Fue así como inició el periplo y el continuo peregrinaje por varios colegios de la ciudad. La solución que le encontraron sus padres no podía ser otra: sacarlo de allí y liberarlo de tan ‘malas influencias’ que le ocasionaban los compañeros y la propia capital; eso se lograría en un país desarrollado como Estados Unidos y nada mejor que el Eastman Bussines College, en donde permanecería desde 1890 y hasta principios de 1892.

LOS PERFILES DE LA IDIOSINCRACIA DEL SANGILEÑO (XIII). EL CONDE DE CUCHICUTE (2).

En el país del norte JOSE MARÍA RUEDA GÓMEZ, -el posteriormente autoproclamado CONDE DE CUCHICUTE Y GUANENTA-, fue tan pésimo estudiante que logró a duras penas aprender el idioma inglés, lo que obligó a su padre Timoleón a traerlo de nuevo consigo. Contaba con cumplidos 20 años de edad. Su regreso a casa lo marcaría para siempre y para mal, pues en la travesía de los ríos Magdalena y Sogamoso contrajo la grave enfermedad tropical del paludismo; su salud física se empezó a minar y la mental comenzó un serio deterioro.

Fue en San Gil en donde intentó su primer suicidio con un revólver de la armería de su padre; pero incluso, hasta para quitarse la vida fue desatinado porque logró tan solo dañarse el ojo izquierdo. Con atrevida megalomanía pretendió fabular ingenuamente ante la sociedad sangileña, el cobarde acto: que se había sacado el ojo a propósito para tener algún defecto “porque la humanidad no lo soportaría sin alguna falla”. Pero sus paisanos en reciprocidad burlesca lo empezaron a llamar “El Tuerto o el Loco Rueda”, y así quedó por el resto de sus días, porque tampoco le tomaron en serio el falsario título nobiliario español de Conde.

Para esa misma época se destaca el destrozo a machetazo limpio del teléfono que permitía la necesaria comunicación entre la casa paterna y la hacienda Cuchicute, en Curití. De fechas subsiguientes data el inaudito acto de piromanía sobre la destilería del aguardiente, al meterle candela al inmueble; entre los daños causados se relacionan 70 barriles de este preciado licor y destrozos a la factoría por valor superior a 80 mil dólares.

Su padre Timoleón consideró que el cambio del ambiente pueblerino e inculto de San Gil, podría convenir al desubicado joven, y por ello lo envió a Europa, más exactamente a la Ciudad Luz, la gran París, junto con sus hijos Timoleón y sus hermanas Julia y Silveria. Los muchachos estudiarían literatura, geografía e historia y por supuesto, los idiomas; mientras que las chicas se dedicarían a la gimnasia, al piano y a la modistería, disciplinas propias de las mujeres de condición social privilegiada.

Para entonces, en París estaba de moda el movimiento intelectual y social clasista llamado el ‘dandismo’ que se caracterizaba por la descarnada crítica a los valores ostentados por la nueva burguesía en ascenso, pero que curiosamente, al mismo tiempo implicaba la superposición de presuntos nuevos valores, quizá más baladíes y fútiles que los cuestionados: el interés por sorprender agradablemente a los demás con ropajes y atuendos estrambóticos o raros; la utilización de lenguaje rimbombante y refinado; el afán de notoriedad y hasta la ostentación de modales estilizados; debían conocer y practicar el exótico pasatiempo del espadachín y hasta usar monóculos, lo cual se ajustaba naturalmente al ’Tuerto Rueda’. Para ostentar tales prácticas se requerían condiciones y cualidades especiales: tener suficiente dinero porque el ‘dandi’ era naturalmente un ocioso, que debía rehusar el trabajo material productivo; el estudio era el indispensable para consolidar las anteriores virtudes, puesto que también posaban de inteligentes, originales y osados, o al menos de distinguidos.

Estas excentricidades estéticas, culturales, sexuales e intelectuales fueron las que moldearon la conocida figura del “Conde” en nuestro país, una vez de regreso. Fue en ésta época de provinciano ‘dandi parisino’ cuando en sus delirios fantaseó con la participación en diversas guerras, con inverosímiles y fantásticos viajes, con voluptuosos y arrobados amores, y la pretendida ganancia u obtención de su nobiliario título de CONDE DE CUCHICUTE Y GUANENTÁ, en pretendido homenaje a la principal hacienda paterna y a la provincia de la cual era originario.

Mientras JOSÉ MARÍA se daba esta principesca y vacua vida social, la situación socio política del país era preocupante y tocó las puertas de las fortunas de sus padres: el café de exportación, que constituía el principal ingreso familiar, se desplomó por completo; de 1897 a 1899 el precio de la libra bajó de 22 centavos a 8,5 menguando ostensiblemente las finanzas; para mayor desgracia sobrevino la ‘Guerra de los Mil Días’ y la condición política de liberal de su padre don Timoleón lo perjudicó en los negocios, transacciones y comercio, pues las haciendas fueron saqueadas sin compasión y otras hasta confiscadas por los gobiernos de facto que se conformaban. En estas condiciones, debió dejar la comodidad de Europa y los lujos de París, para tomar las riendas de la administración de la hacienda Cuchicute. El ‘dandi’ tenía 28 años cuando regresó con sus hermanos a San Gil.

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